miércoles, 14 de mayo de 2008

Réquiem para una lengua extinta



Extraño tu lengua, sí, esa que nos sirvió de paraguas y de puertas fugitivas para los baldes de agua fría que mis padres nos echaban haciendo uso, claro, de su lengua oficial y totalitaria.
Todavía recuerdo sus argumentos áridos, mientras nuestra lengua (la tuya que era mia, mi lengua que era tuya) probaba todas las variantes que puede tener(lengua muda, lengua inquieta, lengua cotorra)en esas tardes cuando cada uno tan distinto del otro, podía bucear en una lengua, en caminos que nos llevaban a esa maravilla(¿milagro?)que fue encontrar unos ojos solidarios, un paisaje común, un idioma nuevo y a la vez(ahora lúcida, lúdica delata mi lengua interior)tan antiguo como es la antropofagia,el comerse todos los actos de magia de tu lengua que también era un puente ideológico e infinito que liberaba.
Ceñíamos, mezquinos, nuestras lenguas que eran mantas en los bancos testigos de plazas cómplices. Así nos sentíamos cercanos, hermanos, amantes. Como en todo idioma, lengua nueva, nadie nos comprendía cuando contábamos que éramos palmas húmedas alimentando la memoria.
Yo andaba como ida, volada. Las convenciones, los signos, ya no convencían (¿convenían?); mi nueva lengua les rehuía espantada y ése justamente fue el argumento inefable que mis padres (analfabetos de magia, ya fosilizados en su lengua) usaron para cambiarme de escuela…
Pasaron casi veinte años. Ahora mi lengua es una lengua solitaria, ha bebido el veneno conformista y la apatía estándar. Como toda mujer adulta (¿madura?, ¿fósil?), declaro públicamente posesión de una lengua indiferente, tranquila, que me desampara. Solo algunos días (casi siempre los salados y ausentes)vuelvo a practicar soliloquios en una lengua extinta y vuelvo a lamer las paredes soñando.


NIL.
(23/IV/2008).
yo sola en la realidad que ignoro, me espero inutilmente
abuso de conciencia?

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